D. Manuel Simón

MANUEL SIMÓN FERNÁNDEZ

(1868- 1936) 

BIOGRAFÍA

Cuando estalla la persecución religiosa en Villacañas (Toledo) son tres los sacerdotes, hijos del pueblo, que se refugiaron junto a sus familias: el beato Perfecto Carrascosa, franciscano (que sufrió el martirio el 17 de octubre de 1936 y fue beatificado el 28 de octubre de 2007); don Gonzalo Zaragoza Tejero129, ecónomo de Pioz y Pozo de Guadalajara; días antes de que el beato Francisco Maqueda sufriera el martirio pudo confesarlo en su propio domicilio. Además, fue el único que consiguió llegar vivo al final de la contienda. El tercer sacerdote es el siervo de Dios Manuel Simón Fernández, que era coadjutor en la parroquia de El Romeral (Toledo).

Manuel Simón Fernández nació en Villacañas (Toledo) el 9 de septiembre de 1868. Tras estudiar en el seminario de Toledo, fue ordenado sacerdote el 2 de abril de 1892, de manos del obispo de Ciudad Real, monseñor José María Rances, prior de las cuatro órdenes militares, con la autorización del prelado de Toledo, cardenal Antolín Monescillo.

El siervo de Dios trabajó durante buena parte de su ministerio en el pueblo toledano de El Romeral. Primero como cura propio. Luego, desde 1926, como coadjutor.

El 19 de febrero de 1930 El Castellano informa de la “santa pastoral visita” que el cardenal Pedro Segura hace a la parroquia de El Romeral (Toledo). Allí leemos que «hecha la presentación de autoridades por el culto coadjutor de la parroquia, don Manuel Simón, hizo su entrada en el templo el eminentísimo prelado».

En 1936 don Manuel Simón, a pesar de sus casi sesenta y ocho años, continúa ejerciendo el ministerio como coadjutor en la parroquia de la Asunción de El Romeral (Toledo).

Don Manuel Simón, tras pasar algunos días en Urda (Toledo), fue conducido desde esta localidad a su pueblo natal. El 2 de agosto fueron detenidos casi todos los sacerdotes de Villacañas.

La vida en la cárcel, para la que fue habilitada la ermita de Nuestra Señora de los Dolores, constituyó un continuado periodo de tormento. Frecuentemente, los sacerdotes detenidos sufrieron vejámenes y palizas terribles.

Con don Manuel se cebaron de modo especial, siendo en una ocasión arrojado contra el suelo de la ermita desde la altura de la tribuna; se le torturó con vergonzosas amputaciones, pereciendo a consecuencia de un apaleamiento bestial el 14 de agosto, mientras musitaba: Jesús, José y María, os doy el corazón y el alma mía.


J. López Teulón, La persecución religiosa en la Archidiócesis de Toledo 1936-1939. Tomo tercero